Persiste la falsa idea de que es fácil
comprender o estructurar intelectualmente la realidad; por ello, pasar a la
representación, teorización o divagación sobre aquello que está para
contemplarse –el arte visual–, no escapa de juicios u opiniones que ofrecen una
ilusión argumentativa. La obra de arte muestra reticencia cuando se intenta hablar
sobre ella porque, antes de darse en un plano teórico, se muestra: para dialogar
sobre arte, entonces, se debe poseer una sensibilidad que no se fundamente en
sí misma y que, a su vez, nos adentre en otro difícil proceso, pensar.
De la polémica tarea de hacer crítica de arte
–bien puesta en manos de los “conocedores” de Teoría Estética o atribuida a
buenos relacionistas públicos del gremio–, llama la atención el éxito que
Avelina Lésper ha conseguido en México. Celebramos que su crítica nos acerque,
a través de medios populares como Milenio,
Letras Libres o su blog personal, a reflexionar
sobre el arte visual contemporáneo. Por ello, esta columna está dedicada a
desentrañar la no fácil tarea de no sólo “contemplar” sino diseccionar el
cuerpo de la obra artística, pasar a la crítica sin abandonar los límites de la
sensibilidad y sus roces con el plano teórico.
AVELINA
LÉSPER Y SU DOGMA CUESTIONABLE
Avelina Lésper ofreció en la ENAP (2011) una
conferencia magistral titulada "El
Arte Contemporáneo - El dogma incuestionable". Si bien no consideramos que
la postura de Lésper se resuma en esta conferencia, sabemos bien que al momento
de adentrarnos en un análisis debemos desnudar la defensa argumentativa del
crítico. De tal modo, recorriendo el telón, habría que cuestionar tres puntos
recurrentes en su concepción del proceso crítico del arte contemporáneo:
a.
"El arte no tiene intermediarios".
Citándola:
"o sea, eso que nos da el arte (...) es creación pura".
Sabemos, en sentido estricto, que “lo que nos
da el arte” no es una creación pura. Producir algo de la nada es omitir que el
cuerpo entra en diversas relaciones con el mundo. De tal modo, la obra de arte
está en un mundo-mundano, siendo, entre otros objetos, un objeto. Así, aunque
en el plano práctico sea sencillo distinguir entre obra de arte y ‘x’ objeto, ¿cómo
fundamentar el por qué la obra de arte se diferencia de los otros objetos del
mundo? Una salida vulgar para omitir dicha diferenciación es recurrir al
extremo planteado por Lésper: situar al arte en un plano “puro”, es decir,
dotar al objeto artístico de aquel carácter que indica que no podemos expresarlo
o manifestarlo a través de la palabra. ¿Para qué hacer crítica de arte si el
objeto artístico, por su “pureza”, es prácticamente impenetrable?
Lésper debe saber que cualquier expresión
estética es la liberación del sujeto respecto a su condición natural, y que
dicha condición natural no es “pura”. Vale la pena señalar que desde la
existencia del mecenazgo (s. XVI) ha existido un hilo conductor del desarrollo y
división de los procesos artísticos hasta nuestra época. Dicha situación, como
afirmó Sánchez Vázquez, no depende de la voluntad del artista, ya que no sólo
difícilmente podría subsistir sin entrar en el mercado, sino que éste
constituye el puente obligado para que se establezca la comunicación entre su
obra y el espectador. Lo que es de extrañar es que la concepción de una “creación
pura” siga existiendo –análoga a un dogma religioso– en una sociedad que se ha
liberado de ciertos prejuicios sobre sí misma: pensar el arte visual como
fenómeno puro implica atribuir a los artistas un carácter divino. Esto, se
refuerza en la afirmación de Lésper sobre Picasso: "No puedes pintar como Piccaso, osea Picasso es único... él creó
un coto de creación en el que nada más cabe él, no cabe otra persona".
O bien, según ella, “(…) cuando decidieron hacer el arte fácil empezaron a surgir estas
cosas, entonces dijeron ‘vamos a democratizar la creación’ y entonces sucede
esto (sic), en el momento que
decidieron hacerlo fácil lo hicieron estúpido, es lo único que ha sucedido con
el arte”. Precisamente por ello es una división entre lo cristiana y
moralmente categorizado como bien y mal: lo discursivo tiene que chocar con lo
'artístico' y el influjo del proceso artístico es casi como un velo que va
recorriendo poco a poco el artista (con apoyo de quién sabe qué suerte de ayuda
metafísica). Básicamente, si el artista busca estructuras en las que se haga
visible y experimentable algo, ese antecedente es propiamente el mundo, y el
mundo no se agota en una necesidad psicológica, divina o moral.
b.
“Arte es aprender a trabajar con los materiales”.
Ni la técnica ni el empleo de los materiales hace
al artista. Si la cuestión técnica fuese la fundamental en la historia del
arte, nos arriesgaríamos a sostener que de un proceso objetivo podemos obtener
–a modo de receta mágica– una obra de arte. Basándonos en Merleau-Ponty,
podemos decir que la obra es la experiencia concreta ante una obra, no ante un
objeto. Esto indica que la técnica no es un eje medular que suscite una
relación de sensibilidad entre lo artístico y el espectador. Material, técnica
y reproducción de la realidad van de la mano aunque esto no signifique que el
artista debe olvidarse de todo este asunto dramático, en el fondo, lo que
supongo que Lésper reclama es el por qué el empleo de la técnica se ha
tergiversado y olvidado tanto en la actualidad: tantos artistas y tan poco
'arte', tanta 'instalación' y tan poco 'dibujo', imagino que suspira al
enfrentar sus preocupaciones emocionalmente estéticas.
Con la premisa de Lésper, recordamos que, además
del desarrollo de un arte visual basado en la reproducción de la realidad lo
más perfecta posible, existe un problema abordado por teóricos sobre los
materiales, la técnica y la representación de la realidad en arte. De tal modo,
hablar del proceso estético no debe confundirse con el dominio técnico puesto
que la condición para que este proceso tenga sentido es que el objeto muestre
cualidades dentro de mundos de sentido y no dentro de lo que ella equipará como
“ciencia”. Ella nos dice que “(..) el arte es como la ciencia, es difícil y es
exacto”. Cabe señalar que el dominio técnico no es análogo al proceso
científico y no crea al objeto artístico. Así, esta problemática abre un debate
que a continuación extenderemos.
c.
“Ya nadie sabe dibujar un cuerpo humano, al desnudo”.
La demanda sobre “imitar” o “copiar la
realidad” antes de “desafiarla” y pretender sostener una propuesta estética; es
un argumento ad nauseaum. En la
mayoría de los casos, lo que más se intenta copiar a modo realista es el cuerpo
humano. Tal premisa es una creencia que proviene de la época en la que no
existía la fotografía y que no nos abandona.
Según Bazin, la problemática se remite a la
crisis de la pintura occidental en el siglo XV y en el siglo XVI, donde tuvo
lugar una obsesión por la semejanza. Esta “obsesión” se dividió en dos
aspiraciones: la estética y la psicológica. En la estética existió una
expresión de realidades espirituales donde el modelo quedó trascendido por el
simbolismo de las formas, mientras que en la psicológica existió un deseo de
remplazar el mundo exterior por su doble. Consecuentemente, Bazin afirma que
desde la invención de la fotografía, ésta ha librado a las artes plásticas de
su obsesión por la semejanza. En este sentido, la fotografía no es ya la imagen
de un objeto o de un ser sino su huella. De tal modo, que un modelo deje
plasmar –lo más cercano a la realidad posible– su cuerpo, no tiene cabida
dentro de la discusión sobre la problemática de nuevos medios y el desarrollo
del arte visual contemporáneo. Ello porque, primero, tomar como objeto a un
cuerpo humano es una defensa retórica en la preocupación lesperiana sobre que
ni se sabe dominar una técnica y tampoco se sabe "crear puramente";
segundo, porque la reproducción fiel de la realidad es un asunto obcecado
después de los avances tecnológicos de la época sin que ello de pie a
considerarlo como 'inútil' puesto que siempre hay una referencia a la realidad
que se nos muestra perceptivamente (¿o acaso baja el primer dios a iluminar la
visión del artista?).
*
Hasta aquí, 'creación-pura', 'arte-sin-intermediarios'
y 'arte-como-copia-de-la-realidad' son las concepciones básicas del pensamiento
lesperiano: ¿bastan para fundamentar una crítica de arte, no sólo en la ENAP
sino para el público general? Quizá en un primer plano, pero la crítica de arte
no se encuentra en este primer plano. Lésper nos aproxima a una crítica de arte
con edificación temblorosa, puesto que, como mencionamos al iniciar nuestra
columna, pasar de la contemplación a la crítica de arte visual requiere
dialogar con un objeto que tiene cierta estructura y que ya está en una
relación estética con quien la percibe. Entonces, primero debemos distinguir
entre lo que se encarna sensiblemente en la obra de arte para pasar a teorizar
sobre esta; de otro modo, confundiríamos la tarea del crítico de arte con la
opinión sobre objetos o manifestaciones artísticas.
En el 2008, Raquel Tibol afirmó que un
verdadero crítico, hoy por hoy, en un panorama tan plural como el que estamos
viviendo, debe girar 180 grados su mirada y abarcarlo todo. Habría que
preguntarnos cuál es el papel de Avelina Lésper como “voz crítica” del panorama
latinoamericano cultural contemporáneo, o al menos, dudar de su diálogo y
discernir sus falsas creencias sobre el mundo del arte y la verdadera tarea del
crítico.
Insertar
al final de la columna:
"El
Arte Contemporáneo - El dogma incuestionable".
Conferencia
de Avelina Lésper en la ENAP.
Estupendo artículo que pone de relieve varios de los mecanismos discursivos con que estructura su endeble y manipulador ejercicio crítico Avelina Lésper. Resulta alentador encontrar rincones de lucidez como éste blog, en que la honradez intelectual sale por sus fueros, sin intimidarse ante la abundancia de sitios en la red en que Avelina es considerada la "Gurú" de moda.
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